Se
abren dos grandes y pesadas puertas, bajo su marco aparece un par de
siluetas de jóvenes muchachas sobre un cegador fondo blanco. Se
adentran en la habitación sin hacer ruido, de puntillas, cerrándose
la salida sobre sus pasos, y se sitúan bajo el foco que ilumina
apenas un círculo de 3 metros de radio en la estancia oscura. No se
ve más que a las dos chicas de 16 años y siete pares de piernas
sentadas en sillas que la luz no alcanza a irradiar. Catorce extremidades en total, cubriendo media circunferencia del escaso espacio
iluminado. Suena un valls y las jóvenes empiezan a bailar con la
dulzura de no las suficientes primaveras, mirando siempre con una
sonrisa al vacío oscuro que hay encima del par de piernas que
presiden el grupo de espectadores cobardes. La música para, igual
las chicas, y de la oscuridad a la que ambas miraban mientras
danzaban emerge una mano cerrada en puño. Se oye un grito agudo,
desesperado, joven, y quebradizo.
No
sé cómo llegué aquí.
Dicen que a las afueras de Londres hay un viejo árbol que ya paró
de crecer hace bastante tiempo, es de una madera gris y está
resquebrajado. Su corteza refleja el paso de los días en grietas
secas y se ve solo. El tiempo le ha separado en dos mitades que se
distancian un poquito cada jueves. ¿Entre ellas? Vértigo. A simple
vista nadie se fijaría en él, es uno de los muchos árboles muertos
de la zona, pero, si la fortuna desea que pases por allí en
primavera, notarás que de aquellas retorcidas ramas, que dejaron de
vivir ya hace demasiados años, nacen unos pequeños brotes verdes,
del color de la esperanza. Estas señas de vida no crecen más, todas
las primaveras quedan como pequeñas gotas de rocío que reflejan el
esmeralda de los pastos; estrechas, angostas y también pequeñas,
pero vivas. Un cuerpo muerto que muestra vida cada Marzo; sin duda,
este lugar ha visto la magia. Es la puerta a esta sociedad
imperfecta que se hace llamar la Ciudad de la Belleza. Tienes que
dejarte caer por el tronco partido al abismo, pero no de cualquier
forma, solo llegan aquí los que lo hacen inconscientemente. Esta
ciudad subterránea está protegida ante posibles enemigos de manera
que solo llegan a ella aquellos que no pretenden encontrarla ni saben
de su existencia. Mayoritariamente niños, niños que se alejan de
sus padres en la excursión semanal del domingo y no vuelven al
próximo, niños como el que era yo hace 8 años.
Me
llamo VL5GI1.D197M1 y vivo en la Ciudad de la Belleza desde los 7
años. Mis tutores siempre me han dicho que llegué aquí a través
del viejo árbol, se ve en sus ojos que están convencidos cuando me
lo cuentan, pero también se puede notar en su mirada miedo, y
sumisión. Han creído ese cuento de fantasía que solo oculta un
delito del cual aún no he logrado descubrir todos los detalles, han
convertido las palabras en hechos a base de repetírselo una y otra
vez hasta autoconvencerse de una mentira la cual fueron conscientes
tiempo atrás. Ellos son como mis padres ahora, no he tenido otros,
más bien no los recuerdo, ¿y qué son sino inexistentes unos padres
a los que no recuerdas haber tenido? Les quiero, a mi padre, firmemente inexpresivo, y
a mi madre, con su mirada verde perdida y sus manos temblorosas que
más de una vez dejan caer el vaso de agua. Pero no puedo dejar de
ver en ellos a títeres de un titiritero que les viene grande; tienen
miedo, constantemente, pero han aprendido a vivir con ello y lo
camuflan llamándolo de otra manera. Aquí, si tienes miedo se dice
que tienes culpa. Sientes culpabilidad, suponiendo la interiorización
de la vergüenza, una falta más o menos grave, pero una falta, una
falta ante tu Gobierno autoritario que te mantiene sin pedir nada a
cambio. Hazle creer esto a una persona, hazle que se avergüence de
hacer lo que no quieres que haga, y lo tendrás sometido.
Siempre he sido bastante independiente, aprendí a levantarme solo.
Porque, y aunque mi madre siempre ha sido protectora y
afectuosa, he intentado depender lo más mínimo de ella y de
mi padre. A él le parece bien, es más consciente que mi madre de
que dentro de un año ya no sólo no existirá nada que nos una, sino
que me obligarán a separarme de ellos y me pondrán a trabajar en la
industria. Aquí, se nos cría como cochinillos de granja hasta los
16 años con las enseñanzas y atenciones básicas para después,
tras La Prueba, ponernos a trabajar a la fuerza y sin salario. Nos
dan una casa propia y comida para toda la vida, sí, pero aparte de
eso no podemos tener nada más. El fruto de nuestro trabajo nunca lo
vemos, la mayoría de la gente, sino es toda, no sabe en qué trabaja
ni en la cadena de qué producto se pasa las 12 horas diarias que
suponen una jornada media. A veces me pregunto si seremos algo así
como “La Ciudad Del Abastecimiento” de alguna sociedad superior,
si nos tienen engañados y solo somos los esclavos de otros
afortunados que viven sin preocupaciones en la superficie. Los
minervos nos aseguran que todo el fruto de nuestro trabajo se usa
para beneficio propio, y esa es la razón de que seamos superiores,
nuestro autoabastecimiento. Los minervos; ese escaso grupo de
acomodados que siempre tienen una sonrisa antinatural, como si
estuviesen permanentemente posando para una foto y, se supone,
mantienen nuestra sociedad. Nos sobrexplotan y utilizan de una forma
de la cual parezco ser el único en darme cuenta. A veces me da miedo
qué puede haberle pasado a la gente, qué les habrán hecho, para
que sean tan sumisos y aparentemente ausentes. Es como si estuviesen
convencidos de que han nacido para esto, de que no hay otra realidad
allí arriba. A veces no me parece ver a personas trabajando bajo un
el poder de un Gobierno autoritario, sino a máquinas sirviendo a su
creador. Me da escalofríos.
El
tiempo no ha cambiado nada. Más de 15 años ya y los días siguen
pasando escondiéndome tras los basureros del colegio desde el timbre
de las 8:00 hasta el de las 15:00, reflexionando sobre la cantidad de
fallos de esta sociedad imperfecta. Después cojo una pieza de fruta
a la hora de comer sin que nadie se entere y me voy corriendo de
nuevo a mi santuario con olor a pescado para comérmela mientras sigo
imaginando cómo será el mundo ahí arriba. Sólo acudo a las clases
de la tarde, son las que más me gustan; dos horas de estudio de
leyes, me encanta encontrar las contradicciones y he llegado a un
punto en el que me hace gracia ser el único en darme cuenta de lo
absurdo de algunos mandatos. Es tan injusta la historia de niños
como el que era yo cuando vine aquí, niños robados de nuestros
hogares, sí, robados. Porque ni siquiera me creí la historia del
viejo árbol cuando era pequeño. He llegado a la conclusión de que
esta ciudad debió tener algún tipo de problema nuclear en el que la
mayoría de la población resultara estéril y, por miedo a la
desaparición de lo que los minervos bautizaron la Ciudad de la
Belleza, decidieron obtener descendientes del exterior. Puede que a
través de organizaciones ilegales, sectas o por la propia entrega
voluntaria de padres los cuales no podían encargare de sus hijos y
creían estar dándoles una vida mejor.
Esta
tarde, cuando he vuelto de colegio, mi madre me ha dado entre
lágrimas una carta la cual me recuerda que la semana que viene, el
lunes, cuando cumpla 16 años, tendré que presentarme en el edificio
del Senado para La Prueba. Como todo joven que resida en la Ciudad de
la Belleza, al empezar el decimosexto año de tu vida, tienes que
enfrentarte a La Prueba, si la pasas ganas una jornada de 12 horas
diarias de trabajo sin salario para toda la vida, y si no, mueres. La
Prueba consta de una parte para las chicas y dos para los chicos.
Para las primeras lo que decidirá si mueren o viven será un duelo
de danza clásica entre dos jóvenes lo más cercanamente
relacionadas posible, normalmente compañeras de clase o amigas, pero
he oído que antes se obligaba incluso a mellizas o gemelas a
competir por su vida, debido al resultado psicológico de la hermana
que conseguía salvarse se dejó de practicar. Lo más importante es
estar en buena forma y tener un cuerpo estilísticamente correcto,
acompañado de cierto grado de conocimientos de baile, pero para esto
último se les entrena a las niñas desde pequeñas en el colegio.
Así que se reduce prácticamente a una sola regla; la más agradable
a la vista gana.
El
par de pruebas que nos hacen a los chicos no se basan en principios
muy distintos, aunque se tienen en cuenta valores más útiles que
meramente estéticos. La primera parte es bastante objetiva, lo que
favorece a unos y desventaja a otros. Se nos hace un balance del
cuerpo entero, nuestra primera revisión médica y un estudio sobre
si les somos lo suficientemente útiles o es un desperdicio
alimentarnos para el escaso rendimiento laboral que nos permite
nuestro cuerpo desnutrido. La mayoría de gente la pasa y muchas
veces ni nos pesan, simplemente se dedican a descartar a ojo a los
más escuálidos y a los muy escasos obesos que se ven por las
calles, lo que suma no más de un cuarto de los jóvenes que se
enfrentan a La Prueba. La segunda es de tipo moral, igual que las
chicas tendremos que luchar por la vida o la muerte, pero en este
caso no la nuestra, sino la de ellas. Nosotros somos los jueces de
las jóvenes bailarinas, nosotros tenemos que decidir quién vive y
quién no, a nuestros 16 años nos hacen ser los responsables de una
muerte para prepararnos psicológicamente, esto es la Ciudad de la
Belleza. Aunque en muchos casos esta prueba no sea ni necesaria por
parte de ellos, la vida en las calles más lúgubres de aquí ya ha
preparado desde pequeños a muchos que, a la hora de elegir a la
perdedora, lo hacen de una forma tan natural que da miedo. Por lo que
esta prueba tampoco suele tener muchas pérdidas por parte de los
chicos, los pocos que mueren es debido a que no quieren elegir a una
vencedora y una perdedora, en cuyo caso los tres serán asesinados
como castigo a la decisión moralmente correcta frente a la más útil
por parte de él, algo muy poco usual por aquí.
Tengo muy clara la estrategia que seguiré el lunes que viene, cuando
me enfrente a La Prueba con mis 16 años. La primera parte es casi
seguro que la pase, en mis ratos libres me dedico a manipular alguna
máquina expendedora de las que nos alimentamos para coger un
capricho de chocolate, lo que atrae la atención de bastantes
guardias, los cuales nunca consiguen atraparme por las calles que tan
bien conozco. Así que espero que estas sesiones de atletismo me
hayan servido para librarme de ser descartado a primera vista.
Respecto a lo que haré a la hora de actuar como juez de un concurso
de baile he decidido que no soy quién para quitar la vida a alguien,
me abstendré. Es algo egoísta por mi parte, me gustaría saber a
qué dos chicas tendré que evaluar y explicarles mis motivos antes
de que mueran por mi culpa, pero no creo que lo entendiesen. Es una
cuestión de principios. En primer lugar nunca he querido vivir aquí,
si mi infancia ha sido así de mala no quiero imaginar cómo debe ser
trabajar 12 horas diarias para los minervos, y no hay otra cosa que
me haya impedido quitarme la vida antes que mi madre. Ella siempre ha
intentado protegerme hasta el punto que la ley le ha dejado, y ya se
le humedecen sus verdes ojos demasiado a menudeo sin haber perdido a
su hijo. No quiero que llore más por mí. Cuando muera el lunes
ella no lo sabrá, no se informa a los familiares de los resultados,
simplemente de vez en cuando se reencuentra algún padre con su hijo
perdido en un lugar inesperado. Por otra parte he decidido mi,
prácticamente, suicidio y la muerte de las dos bailarinas que me
toque juzgar como acto de rebelión, es una seña de inconformismo.
No saldrá en la televisión ni en las noticias, probablemente ni
siquiera le vean ese sentido los minervos que estén presentes, pero
es la única forma de morir tranquilo. Si todo el mundo lo hiciera,
si todos nos convirtiésemos en mártires de esta causa, sé que
habría cambios. No es que haya visto muchos cambios en esta
sociedad, y la mayoría de veces han sido a peor, pero simplemente lo
creo, creo que hay posibilidad de mejorar, y la mejora no se
encuentra en la sumisión. No es que nos falte coraje para morir
defendiendo nuestros ideales, sino que al parecer nadie aquí
comparte los míos, no sé de donde los habré sacado, mis padres
nunca me han inculcado nada parecido a pensar en una posible
rebelión, todo lo contrario. Imagino que es simplemente lógica, y
aquí la lógica no es lo suficientemente útil como para cultivarla.
Así que
me quedan cinco días para morir, debo de decir que, al contrario de
como me esperaba, no tengo miedo. Tal vez no sea consciente de que
esto es real, de que no es una pesadilla producida por la fiebre, de
esas que me despertaban sudoroso y me traían a mi madre a los pies
de la cama. Siempre creí que llegado este momento sabría qué
hacer, quiero decir, antes de morir por una causa, a mi parecer
justa, debería hacer algo con mi vida. Pero ahora mismo lo único
que quiero es esconderme bajo las sábanas, recubrir cada centímetro
de mi cuerpo para protegerlo del frío inexplicable del ambiente, ver
el viejo árbol que asoma por mi ventana, querer ser río de su sabia
y cantar entre labios una canción no aprendida que no me deje
escuchar mis pensamientos. Así, entre lágrimas que no esperaba
llegados a este punto y entre nostalgia de lo que nunca tuve, se ha
ido el jueves, ya sólo quedan cuatro días.
Hoy, el último viernes de mi vida, lo he malgastado en el colegio
por una solo cosa; hoy era viernes de oratoria. Me tocaba exponer mi
redacción de tema libre y la he enfocado en el más libre de los
temas. Ante unos compañeros bastante confusos y una profesora
escandalizada he dejado bien claro que nosotros no somos la Ciudad de
la Belleza, sino el fruto de una sociedad imperfecta, los descosidos
de una humanidad que ha perdido el Norte. Me habría gustado
explicárselo mejor, porque es bastante simple, pero me han cortado
antes de que llegase a decir que hay una posibilidad de cambio.
Probablemente manden una carta bastante seria a casa, y el suspenso
está asegurado, tampoco creo haber cambiado nada en la mirada
ausente de mis compañeros, pero solo me quedan cuatro días para
morir, y por unos segundos he sido feliz.
Ha
llegado la noche del domingo antes de lo que desearía, pero no creo
que haya malgastado mi última semana por las calles de una ciudad de
la que no me siento parte. Digamos que los sentimientos se amontonan,
no atino a lanzar la última sonrisa y las lágrimas no se atreven a
saltar desde el precipicio del ojo. Ahora todo es demasiado confuso,
mi ventana refleja el paso de la noche en gotas de lluvia y yo estoy
triste. Me tumbo en una cama de alacranes y espero al lunes que me
haga salir de mi cárcel de sábanas. Mañana será un nuevo día,
pienso, el último.
Estaba bajo un árbol hueco, partido y sinuoso. Un viejo árbol en
una isla rodeada por un mar de nubes negras que parecían querer
comérsela, pero era como si una barrera invisible les impidiera
hacerlo, chocaban contra un cristal que no existía. Un trueno me
había hecho levantar la cabeza rápidamente y entonces es cuando
apreciaba que el árbol, aparentemente muerto, tenía unos pequeños
brotes verdes en sus ramas retorcidas, señales de vida del color de
la esperanza. Rodeaba el árbol en busca de algún truco, no era
posible que un cuerpo muerto mostrara vida; sin duda, aquel lugar
había visto la magia. Y a la tercera vez que rodeaba el árbol me
topaba con algo que no estaba en la anterior vuelta, un cuerpo
colgando de una rama, un muerto de espaldas. Al principio me asustaba
un poco, pero al cabo de un rato observando al desgraciado ahorcado
me atrevía a rodearlo y ver su cara. Pero nada más verle la mirada
el mareo del levantarse rápido se apoderaba de mí y me ponía la
zancadilla para tirarme al suelo acolchado por heliotropos blancos.
Era imposible, yo estaba allí, él también y no podíamos coexistir
en un mismo universo. Eran los míos los ojos que veía en la cara
del ahorcado que no era otro que yo sin vida. Yo, yo estaba ahí,
colgado del cuello en el árbol que me condenó a esta vida, ahí,
estrangulado, sin la perjuiciosa vida que se acaba al final de la
partida. Pero por alguna razón mi expresión no era la propia de un
muerto. Tenía los ojos brillantes, como de alegría, como de vida.
Una mirada soñadora contra los muros del mundo. Ha sido un sueño
extraño, pero tengo muy claro lo que significa.
Me
he levantado rápido, sobresaltado por la mejor pesadilla que habría
podido tener, he empezado mi último día más decidido que nunca y
sabiendo perfectamente que hoy iba a morir, afrontando mi destino sin
miedo. A tiempos desesperados, medidas desesperadas minervos míos.
He despertado sediento de venganza, de justicia, seguro de mí mismo
y dispuesto a todo. Me he despedido de mi madre con un abrazo de
unos 7 minutos, entre lágrimas por parte de ambos, y nada más que
lloros y el calor humano. El adiós a mi padre ha sido bastante más
frío, me ha dado un par de palmadas en la espalda y nos hemos
despedido con la sensibilidad de un ladrillo. Pero yo sé que me
quiere, él sabe que le quiero, nos basta con eso, porque es lo único
que no nos podrán quitar jamás. Por último, mi madre me ha cogido
de los hombros, con manos fuertes, sin rastro del temblor que siempre
han tenido, me ha mirado directamente a los ojos, con su mirada verde
que ha dejado de llorar para adoptar una expresión casi amenazante y
me ha dicho con la voz más firme que nunca le he oído y en tono
imperativo; “Sé precavido, sé fuerte, sé valiente”. Ha sido como
si supiera mis intenciones, como si hubiese averiguado que hoy tengo
pretendido morir. Pero no, es imposible.
Tengo que dirigirme al colegio, allí unos guardias nos llevarán a
mi matadero personal en varias furgonetas no sólo a todos los que
cumplan los 16 hoy, sino también a aquellos que esta semana les
tocaba dar la bienvenida a un año más de sus jóvenes vidas. Ni
siquiera nos dejan celebrar nuestro cumpleaños, son despreciables.
Por alguna razón el camino que recorro cada mañana hoy me parece
distinto, me finjo en pequeños detalles que nunca había visto antes;
una pequeña flor que se abre paso entre las viejas baldosas del
suelo, una nube blanca en el cielo con forma de corazón, incluso
descubro un flotador verde chillón secándose en una terraza. ¿Qué
hace ahí ese flotador? No hay piscinas en nuestra ciudad, antes
había una reservada para los altos cargos, pero acabó siendo un
fracaso, pues nadie sabe nadar aquí, y la derrumbaron para construir
un parque botánico. Me imagino una señora con su gorro de agua y
sus gafas de bucear metiéndose a la bañera con un flotador, la
imagen me hacer reír y eso me hace sentir más feliz, más vivo.
Si la gente que me devuelve la sonrisa por la calle supiera que estoy
convencido de que hoy voy a morir les daría miedo. Pero bueno, ya
era hora, ellos me han llevado dando miedo toda su vida, tan felices
mientras son esclavizados, tan sumisos, tan ausentes, ¿es que nunca
se han parado a pensar que su situación no es normal, que hay otra
forma de vida posible? Bueno, ya es tarde, no hay nada que pueda
hacer para conseguir que cambien sus mentes cerradas, no hay nada que
esté en mis manos para salvarlos, bueno, sí, una cosa más, la
última; morir.
Ya
está, no hay vuelta atrás. Me he metido a mi furgoneta blindada
junto a dos guardias que me guardan las espaldas camino al Senado,
allí se llevará a cabo La Prueba. Me hace gracia que me protejan
tanto ahora que he decidido morir, seguramente si supieran mis
intenciones me pegarían un tiro en la cabeza ahora y se ahorrarían
el espectáculo. Una vez bajado del vehículo he visto el número
real de personas que hoy, como yo, se enfrenta al examen de sus
vidas. Serán unos 50 chicos y un poco más de chicas, dos de ellas
morirán hoy conmigo, me gustaría saber cuales y poder hablar con
ellas, pero nadie sabe con quién o contra quién te toca competir
hasta que llega la hora de la verdad. Empiezan llevándose a los que
cumplen el domingo, son bastantes, diría que más de un cuarto de
todos nosotros. Me dedico a observar las caras de los que no se han
llevado y me extraña ver que nadie parece estar asustado, tienen la
típica mirada perdida de la gente de aquí, ¿qué les hacen? ¿Son
los minervos, sus padres, o simplemente el aire de esta ciudad te
hace tan sumiso? Seré un bicho raro, pero parezco ser el único que
piensa aquí. Después de un cuarto de hora llaman a los del sábado,
que son menos. Tras cinco minutos se descubre que nadie cumple el
viernes y llaman a los del jueves. ¿El tiempo pasa más rápido aquí
o se han cargado a todos antes de que puedan mostrar que son dignos
de vivir? No lo sé, pero llaman a los del miércoles y el martes más
rápido de lo que me habría gustado. Quedamos seis, dos chicos y
cuatro chicas, un par para cada uno, ¿cómo lo hacen? ¿Se inventan
las fechas de nacimiento para que los cálculos salgan perfectos?
Tengo muchas preguntas, pero moriré sin resolver ninguna. El chico
pasará la primera fase seguro, se le ve en buena forma, y tres de
las chicas son bastante guapas, pero la otra no es lo suficientemente
agraciada como para pasar La Prueba, yo lo sé, ella probablemente lo
sepa, todos en esta habitación lo sabemos, pero aquella chica sigue
manteniendo esa actitud de sumisión que me pone enfermo. Estoy
a punto de decirle algo cuando nos llaman.
Al
principio me quedo sentado, el resto se levanta rápidamente y yo les
sigo un tanto rezagado, ¿soy el único que siente algo parecido al
miedo? Atravesamos el pasillo de enfrente y las chicas se van por la
puerta de la derecha mientras el otro chico y yo nos vamos por la de
la izquierda como han hecho nuestros anteriores compañeros. Sigo a
mi acompañante a través de un laberinto de puertas y pasillos que
parecen todos iguales. ¿Cómo sabe por donde tiene que ir? Nadie se
lo ha indicado. Llegados a este punto me limito a pensar que soy el
único humano entre robots que trabajan bajo tierra para abastecer a
la superficie, es lo único que se me ocurre para responder de golpe
a todas mis preguntas. En una sala fría nos hacen una revisión
médica, tras darnos el visto bueno nos vacunan contra nueve
enfermedades distintas. Así que la salud de sus ciudadanos solo les
importa cuando éstos se convierten en trabajadores, pues entonces estos pinchazos se los podrían ahorrar, porque nunca voy a trabajar para
ellos. Nos ponemos la ropa que nos han quitado para la revisión y
llega el momento de enfrentarme a mi destino, pero atravieso la
puerta que me indican sin miedo. Estoy preparado para morir. Me
adentro en una habitación mucho más cálida que las anteriores,
tiene un ambiente teatral, las paredes están cubiertas por telones
rojos y el suelo es de una madera que recuerda a la de un escenario, un semicírculo formado por siete sillas rellena el centro de la
habitación, sobre él un gran foco. Seis minervos sonrientes me dan
la bienvenida y me indican mi asiento, como si fuese a acudir al
mayor espectáculo del año. Tras explicarme cual es mi papel me
siento en la silla de en medio, como me han indicado. Cuando dejen de
bailar tendré que extender mi puño derecho con el pulgar hacia
abajo si pienso que la chica de la derecha debe morir, o el izquierdo
si por el contrario creo peor la actuación de la joven de mi
izquierda, me aseguran que me identidad estará protegida, no sé a
qué se refieren. Aquí se ve claramente la crueldad de sus mentes,
tengo que elegir quién debe morir, no quién quiero que viva, pues
pienso mostrar mi abstinencia levantando ambos pulgares hacia arriba, eso
marcará más mis ideales. Ha llegado la hora, las luces se apagan
anunciando mi cercana muerte y el foco que me había llamado la
atención se enciende mostrando únicamente a la luz mis piernas sin
vérseme la cara, así es como pensaban proteger mi identidad.
Se
abren dos enormes y aparentemente pesadas puertas enfrente mía, no
las había visto cuando entré, seguramente estaban tras los telones
rojos. La luz me ciega, solo puedo ver dos siluetas borrosas bajo el
marco que se adentran en la habitación sin hacer ruido, de puntillas
y muy ligeras. Cierran fuertemente las puertas tras ellas encerrando
a las gallinas en la madriguera del zorro y se sitúan bajo el foco
que ilumina apenas un círculo de 3 metros de radio en la estancia
oscura. Ahora puedo verlas bien, ver las caras de las dos mártires
que morirán conmigo sin saber por qué causa, reconozco a una, a la
de la derecha, es esa chica fea con la mirada perdida, bueno, ella ya
tenía la muerte asegurada. Muevo la vista para mirar a su compañera
cuando de repente suena el Vals De Las Flores, lo reconozco porque mi
madre siempre me lo ponía cuando tenía pesadillas, me calmaba, ella
se ponía a bailar y me sacaba una sonrisa minutos después de que un
monstruo acabase de comerme en mis pesadillas. Inmediatamente las
chicas se ponen a bailar la misma coreografía, perfectamente
coordinadas, moviéndose dulcemente mientras sus faldas se elevan con
cada vuelta de una manera tan nostálgica que tengo que resistir las
lágrimas. Intento concentrarme y observar si hay algún rastro de
miedo en sus caras, pero amabas me miran fijamente a los ojos con una
sonrisa, es imposible, no ven mi cara, pero por un momento es como
si,,, No me da tiempo a que esa idea sea ni siquiera posible en mi
cabeza, ya han pasado 5 minutos y medio y la música ha parado. Es la
hora, la hora de extender mi brazo con el pulgar hacia arriba para
mostrar mi abstinencia, la hora de luchar por última vez por mis
ideales, la hora de la verdad, la hora de morir. Así que hago un
esfuerzo por cerrar el puño, preparar el brazo para sacarlo a la luz
y dar mi veredicto. Lo hago. Saco mi mano derecha, cerrada con todas
mis fuerzas, pero por alguna extraña razón el pulgar está hacia
abajo y no hago caso a esa mirada de desamparo que he negado ver
durante todos estos años.
¿Qué ha sido de mí?
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