viernes, 16 de noviembre de 2012

La Sociedad Imperfecta


       Se abren dos grandes y pesadas puertas, bajo su marco aparece un par de siluetas de jóvenes muchachas sobre un cegador fondo blanco. Se adentran en la habitación sin hacer ruido, de puntillas, cerrándose la salida sobre sus pasos, y se sitúan bajo el foco que ilumina apenas un círculo de 3 metros de radio en la estancia oscura. No se ve más que a las dos chicas de 16 años y siete pares de piernas sentadas en sillas que la luz no alcanza a irradiar. Catorce extremidades en total, cubriendo media circunferencia del escaso espacio iluminado. Suena un valls y las jóvenes empiezan a bailar con la dulzura de no las suficientes primaveras, mirando siempre con una sonrisa al vacío oscuro que hay encima del par de piernas que presiden el grupo de espectadores cobardes. La música para, igual las chicas, y de la oscuridad a la que ambas miraban mientras danzaban emerge una mano cerrada en puño. Se oye un grito agudo, desesperado, joven, y quebradizo.

       No sé cómo llegué aquí.

       Dicen que a las afueras de Londres hay un viejo árbol que ya paró de crecer hace bastante tiempo, es de una madera gris y está resquebrajado. Su corteza refleja el paso de los días en grietas secas y se ve solo. El tiempo le ha separado en dos mitades que se distancian un poquito cada jueves. ¿Entre ellas? Vértigo. A simple vista nadie se fijaría en él, es uno de los muchos árboles muertos de la zona, pero, si la fortuna desea que pases por allí en primavera, notarás que de aquellas retorcidas ramas, que dejaron de vivir ya hace demasiados años, nacen unos pequeños brotes verdes, del color de la esperanza. Estas señas de vida no crecen más, todas las primaveras quedan como pequeñas gotas de rocío que reflejan el esmeralda de los pastos; estrechas, angostas y también pequeñas, pero vivas. Un cuerpo muerto que muestra vida cada Marzo; sin duda, este lugar ha visto la magia. Es la puerta a esta sociedad imperfecta que se hace llamar la Ciudad de la Belleza. Tienes que dejarte caer por el tronco partido al abismo, pero no de cualquier forma, solo llegan aquí los que lo hacen inconscientemente. Esta ciudad subterránea está protegida ante posibles enemigos de manera que solo llegan a ella aquellos que no pretenden encontrarla ni saben de su existencia. Mayoritariamente niños, niños que se alejan de sus padres en la excursión semanal del domingo y no vuelven al próximo, niños como el que era yo hace 8 años.

       Me llamo VL5GI1.D197M1 y vivo en la Ciudad de la Belleza desde los 7 años. Mis tutores siempre me han dicho que llegué aquí a través del viejo árbol, se ve en sus ojos que están convencidos cuando me lo cuentan, pero también se puede notar en su mirada miedo, y sumisión. Han creído ese cuento de fantasía que solo oculta un delito del cual aún no he logrado descubrir todos los detalles, han convertido las palabras en hechos a base de repetírselo una y otra vez hasta autoconvencerse de una mentira la cual fueron conscientes tiempo atrás. Ellos son como mis padres ahora, no he tenido otros, más bien no los recuerdo, ¿y qué son sino inexistentes unos padres a los que no recuerdas haber tenido? Les quiero, a mi padre, firmemente inexpresivo, y a mi madre, con su mirada verde perdida y sus manos temblorosas que más de una vez dejan caer el vaso de agua. Pero no puedo dejar de ver en ellos a títeres de un titiritero que les viene grande; tienen miedo, constantemente, pero han aprendido a vivir con ello y lo camuflan llamándolo de otra manera. Aquí, si tienes miedo se dice que tienes culpa. Sientes culpabilidad, suponiendo la interiorización de la vergüenza, una falta más o menos grave, pero una falta, una falta ante tu Gobierno autoritario que te mantiene sin pedir nada a cambio. Hazle creer esto a una persona, hazle que se avergüence de hacer lo que no quieres que haga, y lo tendrás sometido.

       Siempre he sido bastante independiente, aprendí a levantarme solo. Porque, y aunque mi madre siempre ha sido protectora y afectuosa, he intentado depender lo más mínimo de ella y de mi padre. A él le parece bien, es más consciente que mi madre de que dentro de un año ya no sólo no existirá nada que nos una, sino que me obligarán a separarme de ellos y me pondrán a trabajar en la industria. Aquí, se nos cría como cochinillos de granja hasta los 16 años con las enseñanzas y atenciones básicas para después, tras La Prueba, ponernos a trabajar a la fuerza y sin salario. Nos dan una casa propia y comida para toda la vida, sí, pero aparte de eso no podemos tener nada más. El fruto de nuestro trabajo nunca lo vemos, la mayoría de la gente, sino es toda, no sabe en qué trabaja ni en la cadena de qué producto se pasa las 12 horas diarias que suponen una jornada media. A veces me pregunto si seremos algo así como “La Ciudad Del Abastecimiento” de alguna sociedad superior, si nos tienen engañados y solo somos los esclavos de otros afortunados que viven sin preocupaciones en la superficie. Los minervos nos aseguran que todo el fruto de nuestro trabajo se usa para beneficio propio, y esa es la razón de que seamos superiores, nuestro autoabastecimiento. Los minervos; ese escaso grupo de acomodados que siempre tienen una sonrisa antinatural, como si estuviesen permanentemente posando para una foto y, se supone, mantienen nuestra sociedad. Nos sobrexplotan y utilizan de una forma de la cual parezco ser el único en darme cuenta. A veces me da miedo qué puede haberle pasado a la gente, qué les habrán hecho, para que sean tan sumisos y aparentemente ausentes. Es como si estuviesen convencidos de que han nacido para esto, de que no hay otra realidad allí arriba. A veces no me parece ver a personas trabajando bajo un el poder de un Gobierno autoritario, sino a máquinas sirviendo a su creador. Me da escalofríos.

       El tiempo no ha cambiado nada. Más de 15 años ya y los días siguen pasando escondiéndome tras los basureros del colegio desde el timbre de las 8:00 hasta el de las 15:00, reflexionando sobre la cantidad de fallos de esta sociedad imperfecta. Después cojo una pieza de fruta a la hora de comer sin que nadie se entere y me voy corriendo de nuevo a mi santuario con olor a pescado para comérmela mientras sigo imaginando cómo será el mundo ahí arriba. Sólo acudo a las clases de la tarde, son las que más me gustan; dos horas de estudio de leyes, me encanta encontrar las contradicciones y he llegado a un punto en el que me hace gracia ser el único en darme cuenta de lo absurdo de algunos mandatos. Es tan injusta la historia de niños como el que era yo cuando vine aquí, niños robados de nuestros hogares, sí, robados. Porque ni siquiera me creí la historia del viejo árbol cuando era pequeño. He llegado a la conclusión de que esta ciudad debió tener algún tipo de problema nuclear en el que la mayoría de la población resultara estéril y, por miedo a la desaparición de lo que los minervos bautizaron la Ciudad de la Belleza, decidieron obtener descendientes del exterior. Puede que a través de organizaciones ilegales, sectas o por la propia entrega voluntaria de padres los cuales no podían encargare de sus hijos y creían estar dándoles una vida mejor.

      Esta tarde, cuando he vuelto de colegio, mi madre me ha dado entre lágrimas una carta la cual me recuerda que la semana que viene, el lunes, cuando cumpla 16 años, tendré que presentarme en el edificio del Senado para La Prueba. Como todo joven que resida en la Ciudad de la Belleza, al empezar el decimosexto año de tu vida, tienes que enfrentarte a La Prueba, si la pasas ganas una jornada de 12 horas diarias de trabajo sin salario para toda la vida, y si no, mueres. La Prueba consta de una parte para las chicas y dos para los chicos. Para las primeras lo que decidirá si mueren o viven será un duelo de danza clásica entre dos jóvenes lo más cercanamente relacionadas posible, normalmente compañeras de clase o amigas, pero he oído que antes se obligaba incluso a mellizas o gemelas a competir por su vida, debido al resultado psicológico de la hermana que conseguía salvarse se dejó de practicar. Lo más importante es estar en buena forma y tener un cuerpo estilísticamente correcto, acompañado de cierto grado de conocimientos de baile, pero para esto último se les entrena a las niñas desde pequeñas en el colegio. Así que se reduce prácticamente a una sola regla; la más agradable a la vista gana.

       El par de pruebas que nos hacen a los chicos no se basan en principios muy distintos, aunque se tienen en cuenta valores más útiles que meramente estéticos. La primera parte es bastante objetiva, lo que favorece a unos y desventaja a otros. Se nos hace un balance del cuerpo entero, nuestra primera revisión médica y un estudio sobre si les somos lo suficientemente útiles o es un desperdicio alimentarnos para el escaso rendimiento laboral que nos permite nuestro cuerpo desnutrido. La mayoría de gente la pasa y muchas veces ni nos pesan, simplemente se dedican a descartar a ojo a los más escuálidos y a los muy escasos obesos que se ven por las calles, lo que suma no más de un cuarto de los jóvenes que se enfrentan a La Prueba. La segunda es de tipo moral, igual que las chicas tendremos que luchar por la vida o la muerte, pero en este caso no la nuestra, sino la de ellas. Nosotros somos los jueces de las jóvenes bailarinas, nosotros tenemos que decidir quién vive y quién no, a nuestros 16 años nos hacen ser los responsables de una muerte para prepararnos psicológicamente, esto es la Ciudad de la Belleza. Aunque en muchos casos esta prueba no sea ni necesaria por parte de ellos, la vida en las calles más lúgubres de aquí ya ha preparado desde pequeños a muchos que, a la hora de elegir a la perdedora, lo hacen de una forma tan natural que da miedo. Por lo que esta prueba tampoco suele tener muchas pérdidas por parte de los chicos, los pocos que mueren es debido a que no quieren elegir a una vencedora y una perdedora, en cuyo caso los tres serán asesinados como castigo a la decisión moralmente correcta frente a la más útil por parte de él, algo muy poco usual por aquí.

       Tengo muy clara la estrategia que seguiré el lunes que viene, cuando me enfrente a La Prueba con mis 16 años. La primera parte es casi seguro que la pase, en mis ratos libres me dedico a manipular alguna máquina expendedora de las que nos alimentamos para coger un capricho de chocolate, lo que atrae la atención de bastantes guardias, los cuales nunca consiguen atraparme por las calles que tan bien conozco. Así que espero que estas sesiones de atletismo me hayan servido para librarme de ser descartado a primera vista. Respecto a lo que haré a la hora de actuar como juez de un concurso de baile he decidido que no soy quién para quitar la vida a alguien, me abstendré. Es algo egoísta por mi parte, me gustaría saber a qué dos chicas tendré que evaluar y explicarles mis motivos antes de que mueran por mi culpa, pero no creo que lo entendiesen. Es una cuestión de principios. En primer lugar nunca he querido vivir aquí, si mi infancia ha sido así de mala no quiero imaginar cómo debe ser trabajar 12 horas diarias para los minervos, y no hay otra cosa que me haya impedido quitarme la vida antes que mi madre. Ella siempre ha intentado protegerme hasta el punto que la ley le ha dejado, y ya se le humedecen sus verdes ojos demasiado a menudeo sin haber perdido a su hijo. No quiero que llore más por mí. Cuando muera el lunes ella no lo sabrá, no se informa a los familiares de los resultados, simplemente de vez en cuando se reencuentra algún padre con su hijo perdido en un lugar inesperado. Por otra parte he decidido mi, prácticamente, suicidio y la muerte de las dos bailarinas que me toque juzgar como acto de rebelión, es una seña de inconformismo. No saldrá en la televisión ni en las noticias, probablemente ni siquiera le vean ese sentido los minervos que estén presentes, pero es la única forma de morir tranquilo. Si todo el mundo lo hiciera, si todos nos convirtiésemos en mártires de esta causa, sé que habría cambios. No es que haya visto muchos cambios en esta sociedad, y la mayoría de veces han sido a peor, pero simplemente lo creo, creo que hay posibilidad de mejorar, y la mejora no se encuentra en la sumisión. No es que nos falte coraje para morir defendiendo nuestros ideales, sino que al parecer nadie aquí comparte los míos, no sé de donde los habré sacado, mis padres nunca me han inculcado nada parecido a pensar en una posible rebelión, todo lo contrario. Imagino que es simplemente lógica, y aquí la lógica no es lo suficientemente útil como para cultivarla.

      Así que me quedan cinco días para morir, debo de decir que, al contrario de como me esperaba, no tengo miedo. Tal vez no sea consciente de que esto es real, de que no es una pesadilla producida por la fiebre, de esas que me despertaban sudoroso y me traían a mi madre a los pies de la cama. Siempre creí que llegado este momento sabría qué hacer, quiero decir, antes de morir por una causa, a mi parecer justa, debería hacer algo con mi vida. Pero ahora mismo lo único que quiero es esconderme bajo las sábanas, recubrir cada centímetro de mi cuerpo para protegerlo del frío inexplicable del ambiente, ver el viejo árbol que asoma por mi ventana, querer ser río de su sabia y cantar entre labios una canción no aprendida que no me deje escuchar mis pensamientos. Así, entre lágrimas que no esperaba llegados a este punto y entre nostalgia de lo que nunca tuve, se ha ido el jueves, ya sólo quedan cuatro días.

       Hoy, el último viernes de mi vida, lo he malgastado en el colegio por una solo cosa; hoy era viernes de oratoria. Me tocaba exponer mi redacción de tema libre y la he enfocado en el más libre de los temas. Ante unos compañeros bastante confusos y una profesora escandalizada he dejado bien claro que nosotros no somos la Ciudad de la Belleza, sino el fruto de una sociedad imperfecta, los descosidos de una humanidad que ha perdido el Norte. Me habría gustado explicárselo mejor, porque es bastante simple, pero me han cortado antes de que llegase a decir que hay una posibilidad de cambio. Probablemente manden una carta bastante seria a casa, y el suspenso está asegurado, tampoco creo haber cambiado nada en la mirada ausente de mis compañeros, pero solo me quedan cuatro días para morir, y por unos segundos he sido feliz.

       Ha llegado la noche del domingo antes de lo que desearía, pero no creo que haya malgastado mi última semana por las calles de una ciudad de la que no me siento parte. Digamos que los sentimientos se amontonan, no atino a lanzar la última sonrisa y las lágrimas no se atreven a saltar desde el precipicio del ojo. Ahora todo es demasiado confuso, mi ventana refleja el paso de la noche en gotas de lluvia y yo estoy triste. Me tumbo en una cama de alacranes y espero al lunes que me haga salir de mi cárcel de sábanas. Mañana será un nuevo día, pienso, el último.

       Estaba bajo un árbol hueco, partido y sinuoso. Un viejo árbol en una isla rodeada por un mar de nubes negras que parecían querer comérsela, pero era como si una barrera invisible les impidiera hacerlo, chocaban contra un cristal que no existía. Un trueno me había hecho levantar la cabeza rápidamente y entonces es cuando apreciaba que el árbol, aparentemente muerto, tenía unos pequeños brotes verdes en sus ramas retorcidas, señales de vida del color de la esperanza. Rodeaba el árbol en busca de algún truco, no era posible que un cuerpo muerto mostrara vida; sin duda, aquel lugar había visto la magia. Y a la tercera vez que rodeaba el árbol me topaba con algo que no estaba en la anterior vuelta, un cuerpo colgando de una rama, un muerto de espaldas. Al principio me asustaba un poco, pero al cabo de un rato observando al desgraciado ahorcado me atrevía a rodearlo y ver su cara. Pero nada más verle la mirada el mareo del levantarse rápido se apoderaba de mí y me ponía la zancadilla para tirarme al suelo acolchado por heliotropos blancos. Era imposible, yo estaba allí, él también y no podíamos coexistir en un mismo universo. Eran los míos los ojos que veía en la cara del ahorcado que no era otro que yo sin vida. Yo, yo estaba ahí, colgado del cuello en el árbol que me condenó a esta vida, ahí, estrangulado, sin la perjuiciosa vida que se acaba al final de la partida. Pero por alguna razón mi expresión no era la propia de un muerto. Tenía los ojos brillantes, como de alegría, como de vida. Una mirada soñadora contra los muros del mundo. Ha sido un sueño extraño, pero tengo muy claro lo que significa.

       Me he levantado rápido, sobresaltado por la mejor pesadilla que habría podido tener, he empezado mi último día más decidido que nunca y sabiendo perfectamente que hoy iba a morir, afrontando mi destino sin miedo. A tiempos desesperados, medidas desesperadas minervos míos. He despertado sediento de venganza, de justicia, seguro de mí mismo y dispuesto a todo. Me he despedido de mi madre con un abrazo de unos 7 minutos, entre lágrimas por parte de ambos, y nada más que lloros y el calor humano. El adiós a mi padre ha sido bastante más frío, me ha dado un par de palmadas en la espalda y nos hemos despedido con la sensibilidad de un ladrillo. Pero yo sé que me quiere, él sabe que le quiero, nos basta con eso, porque es lo único que no nos podrán quitar jamás. Por último, mi madre me ha cogido de los hombros, con manos fuertes, sin rastro del temblor que siempre han tenido, me ha mirado directamente a los ojos, con su mirada verde que ha dejado de llorar para adoptar una expresión casi amenazante y me ha dicho con la voz más firme que nunca le he oído y en tono imperativo; “Sé precavido, sé fuerte, sé valiente”. Ha sido como si supiera mis intenciones, como si hubiese averiguado que hoy tengo pretendido morir. Pero no, es imposible.

       Tengo que dirigirme al colegio, allí unos guardias nos llevarán a mi matadero personal en varias furgonetas no sólo a todos los que cumplan los 16 hoy, sino también a aquellos que esta semana les tocaba dar la bienvenida a un año más de sus jóvenes vidas. Ni siquiera nos dejan celebrar nuestro cumpleaños, son despreciables. Por alguna razón el camino que recorro cada mañana hoy me parece distinto, me finjo en pequeños detalles que nunca había visto antes; una pequeña flor que se abre paso entre las viejas baldosas del suelo, una nube blanca en el cielo con forma de corazón, incluso descubro un flotador verde chillón secándose en una terraza. ¿Qué hace ahí ese flotador? No hay piscinas en nuestra ciudad, antes había una reservada para los altos cargos, pero acabó siendo un fracaso, pues nadie sabe nadar aquí, y la derrumbaron para construir un parque botánico. Me imagino una señora con su gorro de agua y sus gafas de bucear metiéndose a la bañera con un flotador, la imagen me hacer reír y eso me hace sentir más feliz, más vivo. Si la gente que me devuelve la sonrisa por la calle supiera que estoy convencido de que hoy voy a morir les daría miedo. Pero bueno, ya era hora, ellos me han llevado dando miedo toda su vida, tan felices mientras son esclavizados, tan sumisos, tan ausentes, ¿es que nunca se han parado a pensar que su situación no es normal, que hay otra forma de vida posible? Bueno, ya es tarde, no hay nada que pueda hacer para conseguir que cambien sus mentes cerradas, no hay nada que esté en mis manos para salvarlos, bueno, sí, una cosa más, la última; morir.

       Ya está, no hay vuelta atrás. Me he metido a mi furgoneta blindada junto a dos guardias que me guardan las espaldas camino al Senado, allí se llevará a cabo La Prueba. Me hace gracia que me protejan tanto ahora que he decidido morir, seguramente si supieran mis intenciones me pegarían un tiro en la cabeza ahora y se ahorrarían el espectáculo. Una vez bajado del vehículo he visto el número real de personas que hoy, como yo, se enfrenta al examen de sus vidas. Serán unos 50 chicos y un poco más de chicas, dos de ellas morirán hoy conmigo, me gustaría saber cuales y poder hablar con ellas, pero nadie sabe con quién o contra quién te toca competir hasta que llega la hora de la verdad. Empiezan llevándose a los que cumplen el domingo, son bastantes, diría que más de un cuarto de todos nosotros. Me dedico a observar las caras de los que no se han llevado y me extraña ver que nadie parece estar asustado, tienen la típica mirada perdida de la gente de aquí, ¿qué les hacen? ¿Son los minervos, sus padres, o simplemente el aire de esta ciudad te hace tan sumiso? Seré un bicho raro, pero parezco ser el único que piensa aquí. Después de un cuarto de hora llaman a los del sábado, que son menos. Tras cinco minutos se descubre que nadie cumple el viernes y llaman a los del jueves. ¿El tiempo pasa más rápido aquí o se han cargado a todos antes de que puedan mostrar que son dignos de vivir? No lo sé, pero llaman a los del miércoles y el martes más rápido de lo que me habría gustado. Quedamos seis, dos chicos y cuatro chicas, un par para cada uno, ¿cómo lo hacen? ¿Se inventan las fechas de nacimiento para que los cálculos salgan perfectos? Tengo muchas preguntas, pero moriré sin resolver ninguna. El chico pasará la primera fase seguro, se le ve en buena forma, y tres de las chicas son bastante guapas, pero la otra no es lo suficientemente agraciada como para pasar La Prueba, yo lo sé, ella probablemente lo sepa, todos en esta habitación lo sabemos, pero aquella chica sigue manteniendo esa actitud de sumisión que me pone enfermo. Estoy a punto de decirle algo cuando nos llaman.

       Al principio me quedo sentado, el resto se levanta rápidamente y yo les sigo un tanto rezagado, ¿soy el único que siente algo parecido al miedo? Atravesamos el pasillo de enfrente y las chicas se van por la puerta de la derecha mientras el otro chico y yo nos vamos por la de la izquierda como han hecho nuestros anteriores compañeros. Sigo a mi acompañante a través de un laberinto de puertas y pasillos que parecen todos iguales. ¿Cómo sabe por donde tiene que ir? Nadie se lo ha indicado. Llegados a este punto me limito a pensar que soy el único humano entre robots que trabajan bajo tierra para abastecer a la superficie, es lo único que se me ocurre para responder de golpe a todas mis preguntas. En una sala fría nos hacen una revisión médica, tras darnos el visto bueno nos vacunan contra nueve enfermedades distintas. Así que la salud de sus ciudadanos solo les importa cuando éstos se convierten en trabajadores, pues entonces estos pinchazos se los podrían ahorrar, porque nunca voy a trabajar para ellos. Nos ponemos la ropa que nos han quitado para la revisión y llega el momento de enfrentarme a mi destino, pero atravieso la puerta que me indican sin miedo. Estoy preparado para morir. Me adentro en una habitación mucho más cálida que las anteriores, tiene un ambiente teatral, las paredes están cubiertas por telones rojos y el suelo es de una madera que recuerda a la de un escenario, un semicírculo formado por siete sillas rellena el centro de la habitación, sobre él un gran foco. Seis minervos sonrientes me dan la bienvenida y me indican mi asiento, como si fuese a acudir al mayor espectáculo del año. Tras explicarme cual es mi papel me siento en la silla de en medio, como me han indicado. Cuando dejen de bailar tendré que extender mi puño derecho con el pulgar hacia abajo si pienso que la chica de la derecha debe morir, o el izquierdo si por el contrario creo peor la actuación de la joven de mi izquierda, me aseguran que me identidad estará protegida, no sé a qué se refieren. Aquí se ve claramente la crueldad de sus mentes, tengo que elegir quién debe morir, no quién quiero que viva, pues pienso mostrar mi abstinencia levantando ambos pulgares hacia arriba, eso marcará más mis ideales. Ha llegado la hora, las luces se apagan anunciando mi cercana muerte y el foco que me había llamado la atención se enciende mostrando únicamente a la luz mis piernas sin vérseme la cara, así es como pensaban proteger mi identidad.

       Se abren dos enormes y aparentemente pesadas puertas enfrente mía, no las había visto cuando entré, seguramente estaban tras los telones rojos. La luz me ciega, solo puedo ver dos siluetas borrosas bajo el marco que se adentran en la habitación sin hacer ruido, de puntillas y muy ligeras. Cierran fuertemente las puertas tras ellas encerrando a las gallinas en la madriguera del zorro y se sitúan bajo el foco que ilumina apenas un círculo de 3 metros de radio en la estancia oscura. Ahora puedo verlas bien, ver las caras de las dos mártires que morirán conmigo sin saber por qué causa, reconozco a una, a la de la derecha, es esa chica fea con la mirada perdida, bueno, ella ya tenía la muerte asegurada. Muevo la vista para mirar a su compañera cuando de repente suena el Vals De Las Flores, lo reconozco porque mi madre siempre me lo ponía cuando tenía pesadillas, me calmaba, ella se ponía a bailar y me sacaba una sonrisa minutos después de que un monstruo acabase de comerme en mis pesadillas. Inmediatamente las chicas se ponen a bailar la misma coreografía, perfectamente coordinadas, moviéndose dulcemente mientras sus faldas se elevan con cada vuelta de una manera tan nostálgica que tengo que resistir las lágrimas. Intento concentrarme y observar si hay algún rastro de miedo en sus caras, pero amabas me miran fijamente a los ojos con una sonrisa, es imposible, no ven mi cara, pero por un momento es como si,,, No me da tiempo a que esa idea sea ni siquiera posible en mi cabeza, ya han pasado 5 minutos y medio y la música ha parado. Es la hora, la hora de extender mi brazo con el pulgar hacia arriba para mostrar mi abstinencia, la hora de luchar por última vez por mis ideales, la hora de la verdad, la hora de morir. Así que hago un esfuerzo por cerrar el puño, preparar el brazo para sacarlo a la luz y dar mi veredicto. Lo hago. Saco mi mano derecha, cerrada con todas mis fuerzas, pero por alguna extraña razón el pulgar está hacia abajo y no hago caso a esa mirada de desamparo que he negado ver durante todos estos años.

       ¿Qué ha sido de mí?

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